«Mano muerta», el primer bolsilibro de Silver Kane
Os traigo una pequeña reseña de lo que, en principio, sería un western al uso, de los tantos que hay en este formato. Pero con un matiz importante: fue el primero del autor, de los muchos que vendrían después.
Silver Kane era el seudónimo con el que Francisco González Ledesma firmó durante años, publicando incansablemente novelas populares de quiosco bajo el sello de Bruguera. Os he hablado en innumerables ocasiones de estas publicaciones, llamadas bolsilibros —de hecho, yo también escribo esas novelitas—, y este escritor fue uno de los más populares.
Esto solía ser sinónimo de una ingente cantidad de títulos publicados. Cuando estos escritores del pulp vernáculo tenían buenos resultados en los quioscos, se veían “obligados” a entregar una gran cantidad de estas novelas cortas al mes, algo estipulado por contrato y con prácticas y condiciones editoriales que podríamos considerar, hasta cierto punto, agresivas.
Si menciono a Marcial Lafuente Estefanía, Clark Carrados, Corín Tellado, Curtis Garland… y, en definitiva, a cualquiera de los escritores que aseguraban ventas, estoy hablando de un número de publicaciones a sus espaldas que hoy en día podría parecernos imposible: autores con más de 1000 títulos distintos editados durante varias décadas de trabajo, con novelitas que rondaban de media unas 30,000 palabras.
Silver Kane fue uno de esos jornaleros de la máquina de escribir que, además de compaginarlo con otros trabajos exigentes e incluso otras novelas de más enjundia, llegó a escribir un millar de estos bolsilibros.
Como casi todos sus colegas, transitó por varios géneros. Las editoriales nutrían un enorme número de colecciones con periodicidades en ocasiones semanales, lo que implicaba que casi cualquier escritor de estas novelitas tuviese que escribir westerns, románticas, policíacas, de ciencia ficción, etc. A Ledesma (o mejor dicho, a su alter ego, Silver Kane) se le conoce más por las novelas del Oeste, donde está considerado como un auténtico maestro, aunque también tocó otros palos, como el policiaco, en el cual también destacó y luego lo llevó a convertirse en uno de los referentes de la novela negra española en su vertiente de escritor más reconocido.
Pero de todos esos westerns que escribió como Silver Kane —¿más de 500, quizá?— alguno tuvo que ser el primero. Una de esas pequeñas novelas de quiosco gozará del honor de ser la primera piedra de esa particular gran muralla literaria que construyó en el pulp de quiosco patrio.
Y, efectivamente, esa primera incursión fue Mano muerta. No lo digo yo, lo dice el propio Ledesma:
E: En una de tus novelas te centras en el trasplante de manos.
FGL: Sí. Trataba de un pistolero que se ganaba la vida matando por causas justas para mantener a su hijo. Lo matan, y a modo de castigo ejemplar le cortan la mano, y un médico borracho de los que pasean por el Oeste decide ponerle la mano al niño. El chaval quería ser cura, pero esa mano injertada tiraba del revólver… Ésta fue la primera historia que escribí.
Fue en una entrevista para una revista llamada Prótesis, una publicación consagrada al policiaco, en mayo de 2006.
Podría entrar a discernir si realmente Mano muerta es el primer bolsilibro que escribió, pero de momento quedémonos con la palabra del propio autor. Si es preciso, en otra ocasión abordaré el tema de hasta qué punto y qué se puede considerar lo primero que realmente escribió para Bruguera para que fuese publicado como lo que se conocerían como bolsilibros.
Sin ir más lejos, este Mano muerta que reseño se editó por primera vez en 1954; sin embargo, hay otro bolsilibro suyo llamado Siete horas de vida, de la colección policiaca Servicio Secreto, que en principio apareció antes, en 1952. Entonces, eso nos puede llevar a preguntarnos: ¿sería posible que Mano muerta estuviese guardado en un cajón de Bruguera unos años hasta que finalmente salió a la venta?
Como digo, es un tema que quizá trate en otro artículo. Ahora, aceptemos, como nos comentaba su autor, que este es el primer bolsilibro que escribió.
UN WESTERN CON TINTES SOBRENATURALES
Ya habréis comprobado por la cita de Ledesma que esta novelita popular tiene unos toques… si no sobrenaturales, sí que quizá fantásticos o especiales, que la apartan de los clásicos en cuanto a su premisa.
El autor hablaba de memoria en esa entrevista, y no todo lo que dice coincide al pie de la letra con el argumento de Mano muerta, aunque en lo que sí es fiel es en su premisa principal, algo disparatada: a un niño le implantan la mano de su padre muerto, un gran pistolero.
Sin duda, algo que de entrada pone a prueba nuestra suspensión de incredulidad. Y más si nos ponemos en la piel de los lectores de los años 50 que se topasen con algo así.
El punto de partida no tiene más: un cacique y sus compinches se vengan de un gunman al que asesinaron a su mujer india y este tomó cartas en el asunto ajusticiando a uno de ellos. Lo matan delante de su hijo. Al chaval, a pesar de dejarlo huérfano, le perdonan la vida. No obstante, su salvajismo les lleva a cortarle la mano, para cebarse más si cabe.
Un oportuno medicucho, aficionado a la bebida, realiza una operación de urgencia junto a unos indios y, en una intervención exprés, le pone al muchacho la mano de su progenitor muerto. No recuerdo si en algún momento menciona algo de esta guisa: “Para que no se quede manco, el pobre”. Eso sin contar que la mano de un adulto en el brazo de un pequeño se vería, si cabe, más monstruosa… ¡Puro delirio!
Pero, amigos, estamos en el viejo Oeste de papel de pulpa y Silver Kane, pese a ser en esos tiempos todavía un novato, sabe ideárselas para que el detonante de la historia llegue a ser medianamente creíble. En más de una ocasión he considerado que la labor de un escritor es ser un manipulador, en el buen sentido, y lograr transmitir a los lectores lo que le interese, y hacerles concebir como relativamente verosímil lo que jamás pueda llegar a ser… ¡es parte de la magia del oficio!
Así que, desde un principio, podríamos decir que pasamos página y nos creemos esa intervención milagrosa, que hace que el muchacho quede desamparado y perdido, esperando a que su cuerpo vaya creciendo hasta compensar y disimular su nueva y poderosa mano. Una suerte de pulsera de cuero le ayuda a tapar la cicatriz, y Silver Kane nos narra con habilidad la transición del chaval a adulto con cuatro pinceladas, las justas y precisas.
Hay que señalar que Ledesma ya escribía razonablemente bien para ser su primer bolsilibro. Algunos podéis dudar hasta qué punto aprendió el oficio entregando durante tantos años novelas cortas sin cesar, con plazos que no le permitían pensar demasiado ni asomarse siquiera el conocido bloqueo del folio en blanco. Bueno, seguro que los bolsilibros fueron en parte una universidad para crecer y aprender como escritor, pero ya había mimbres de sobra. Recordemos que el autor había ganado no muchos años antes y de forma prematura un premio internacional por su novela Sombras viejas, que había sido prohibida por el franquismo. De hecho, fue lo que le empujó al anonimato como autor, refugiándose en ese seudónimo.
Es más, en Mano muerta creo detectar que Silver Kane se toma muy en serio esta obra. No estoy diciendo que luego no lo hiciese, solo insinúo que con el paso de los años y el constante flujo de escritura y publicación de estos bolsilibros populares, caería quizá en una confianza y, en ocasiones, podríamos decir que bajó el nivel. Es completamente normal; a ver quién es el guapo que, durante décadas, escribiendo tres o cuatro novelas a la semana, aguanta ese ritmo.
Muchos escritores de bolsilibros se rindieron, tarde o temprano, a la tentación de rellenar folios usando algunos trucos, como muchos diálogos y continuos saltos de carro para completar las páginas con menos trabajo. Silver Kane lo hizo en algunas ocasiones, pero en Mano muerta y en sus primeros años como escritor de estas publicaciones populares, parece que no empleó esas pequeñas tretas. Quizá se lo tomaba más en serio, quizá tenía a los editores con la lupa encima al ser un autor primerizo en Bruguera… tal vez fuese un poco de todo.
Mi reflexión es que este Mano muerta se ve bastante trabajado. Apunta ya muchas de las características que tendrán los westerns de Silver Kane: un injusto wild west donde los poderosos campan a sus anchas; un pistolero protagonista de mirada acerada, que era marca de la casa; damas maltratadas y huyendo como pueden del castigo social; duelos salvajes y sin concesiones, bastante explícitos; y, en general, una visión de ese Oeste americano que quizá no es otra que la España del franquismo bajo otro prisma y que el autor vivió y sufrió en sus propias carnes.
Mano muerta se adentra en otro tema que Silver Kane no tocaría en exceso: el racismo. En la novela, el protagonista que crece y se convierte en el héroe es un mestizo con madre india. No solo eso, sino que el interés amoroso que aparece en forma de “dama en apuros” es una bella india maltratada. Hay que destacar que la visión de este peliagudo asunto es muy avanzada para su tiempo, considerando que estamos hablando de un bolsilibro publicado en los cincuenta, cuando, desgraciadamente, el racismo en España estaría bastante consolidado.
Mano muerta no revolucionó el western, y a buen seguro no lo pretendía. Es la carta de presentación de un joven que quería ser escritor y al que le habían cortado las alas. Una historia con ciertos clichés, que es de lo que se trataba para agradar: una argumento de venganza con la muerte del villano que ejerce su tiranía, aderezada con una historia de amor y una subtrama con un aliado bonachón que redondea el asunto.
Lo de la mano “heredada” que de algún modo cobra vida no deja de ser, al fin y al cabo, una anécdota; el inciting incident. Se supone que la misma es condenadamente rápida y precisa disparando, como lo era su padre. El protagonista lucha con la dualidad de no querer convertirse en un pistolero, ya que la muerte de su papi fue un trauma que le reafirmó su voluntad de alejarse de las armas, pero estaba escrito que “mano muerta”, que es como le apodan, tenía que ser un pistolero que impartiese justicia.
Buen bolsilibro. El primero de muchos que vendrían detrás de una leyenda como acabó siendo Silver Kane. Ledesma dijo alguna vez que lo de ser escritor de estas novelitas era algo que pensó que duraría unos tres meses, hasta que se recuperara monetariamente de un asunto, y acabó haciéndolo durante más de treinta años...
¡Y nosotros tuvimos la gran suerte de que así fuese! Nos dejó una gran cantidad de pequeñas grandes obras en su carrera en el pulp, y más tarde un puñado de grandes novelas, ya firmando como González Ledesma.
Mano muerta pudo ser el primero de ellos, pero lo que está claro es que él no tuvo precisamente sus manos ni mucho menos muertas… ¡que se lo pregunten a su Olivetti! La cual sería testigo del desfilar de muchos folios por su carro y de la destreza de sus dedos… ¡de los más rápidos de ese particular Oeste!
Si te ha gustado esta reseña, te invito a echar un vistazo a algunos de mis bolsilibros. Quizá no sean tan buenos como los de este autor, pero he hecho mis pinitos en el Oeste con Vance Lorigan y también me he adentrado en otros géneros. Puedes encontrarlos aquí.
Alfonso M. González "Alan Dick, Jr."
1954, Bruguera. Colección Bisonte nº 31
1961, Bruguera. Colección Ases del Oeste nº 114
1973, Bruguera. Colección Héroes de la Pradera nº 183
1979, Bruguera. Colección Bravo Oeste nº 852
1999, Ediciones B. Colección Bravo Oeste nº 39