Reseña de «Fronteras del terror» de Peter Debry

Una de las características distintivas de los autores de bolsilibros era su versatilidad. Si cosechaban un cierto éxito en los quioscos, se veían obligados a producir sin descanso. Las fechas de entrega eran tan apremiantes que se convertían en auténticos jornaleros de la palabra escrita. Además, en muchas ocasiones, debían cambiar de género para alimentar las colecciones correspondientes, las cuales tenían unas periodicidades muy exigentes.

Por lo tanto, era común que un día terminaran una novela corta ambientada, por ejemplo, en el antiguo Oeste. Sacaban esa hoja de la máquina de escribir y, con total naturalidad, al instante siguiente comenzaban otra novela. Esta vez, por poner otro ejemplo, la historia podría tener lugar en un entorno policiaco de París.

bolsilibro de Peter Debry

Aventura, terror, romance, ciencia ficción, bélico… Había tantas colecciones y el éxito de los bolsilibros era tan notable que se necesitaban constantemente nuevas obras para abastecer a las diferentes publicaciones. Los autores podían pasar de describir una luna en un planeta extraño a plasmar una emotiva escena de amor en una pequeña villa rural, todo en un abrir y cerrar de ojos.

Sin embargo, no había tantos autores que fueran verdaderos todoterrenos en cuanto a géneros. Con ‘todoterrenos’, me refiero a aquellos que dominan múltiples. Era natural que destacaran más en uno o dos, y a veces incluso en tres. Sin embargo, supongo que las ventas, y por ende, las preferencias de los propios lectores, inclinaban la balanza hacia unos géneros u otros.

Quizás en ocasiones, los propios escritores se negaban a adentrarse en ciertos campos de escritura. Aunque su situación económica no sería muy boyante, conocemos algunos casos de autores de bolsilibros que se mantuvieron en un nicho específico después de probar y descartar otros. Sirva de ejemplo A. Thorkent, cuyo nombre real es Ángel Torres Quesada, un experto en ciencia ficción que hizo una intentona con el western, pero nunca más salió de sus dominios de la ciencia ficción.

Lo más frecuente y común era que les sucediera lo mismo que al escritor del bolsilibro que nos ocupa. Fronteras del terror fue escrito por Peter Debry, que no era otro que el gran Pedro Víctor Debrigode Dugi. Un autor que solía moverse en los territorios de la novela negra. De hecho, era uno de sus mayores expertos y representantes.

Como mencionaba, era un escritor que ocasionalmente exploraba otros géneros. Se le solía ver en westerns, donde realizaba trabajos destacados. También escribía novelas bélicas, aunque con menos frecuencia. Incluso se aventuraba en el género de aventuras, con sagas tan notables como El galante aventurero.

Era moneda corriente, un ‘trabajador de la palabra’ que podía producir con naturalidad. Aunque se encasilló, por decirlo de alguna manera, en la novela negra y policíaca, también solía contribuir a colecciones de otras temáticas de vez en cuando.

Donde apenas vimos a Peter Debry fue en la ciencia ficción. Por lo tanto, Fronteras del terror es una rara avis. Cabe destacar que, aunque fue un escritor que publicó más de mil bolsilibros en su carrera, solo escribió ocho, al menos que yo sepa, en este género.

En consecuencia, debemos suponer que la ciencia ficción no era el fuerte de Debrigode. Quizás estaba más interesado en otros ambientes, o tal vez por instrucciones propias de Bruguera o la editorial de turno, o simplemente porque vendía más en colecciones con otras temáticas. El caso es que su producción en el campo de la ciencia ficción fue escasa.

Fronteras del terror es la primera novela corta que leo del autor en este género. Debo decir que no me ha gustado demasiado y creo que justifica todo lo mencionado anteriormente. Debry y la sci-fi no parecen estar hechos el uno para el otro.

Por otro lado, hay que advertir que Debrigode parece ser un creador de bolsilibros muy particular. Algunos llegan a afirmar que podría ser incluso el mejor escritor de estas publicaciones que haya existido. Debry tenía fama de ser díscolo, algo así como un genio de la literatura que quizás no se tomaba muy en serio su oficio de escritor.

Por ello, a Debrigode podría considerarlo como uno de los autores más irregulares que he leído. En ocasiones, se desmarca con una obra maestra dentro del policiaco o del western, cuya calidad trasciende el propio formato pulp de los bolsilibros. Sin embargo, hay momentos en los que escribe una novela de tan mala que resulta difícil creer que sea suya.

Existen leyendas que aseguran que Debrigode podía escribir un bolsilibro de una sentada. Se dice que dejaba todo para última hora e incluso que era un experto en engañar a los editores. Supuestamente, les presentaba y les cobraba de nuevo por novelas que ya habían sido publicadas, utilizando para ello unas cuantas tretas ingeniosas.

Peter Debry

Para haceros una idea de la envergadura del personaje, es mejor recurrir a la descripción que hizo de él un colega suyo, Silver Kane (González Ledesma), en su biografía:

“Pudo haber sido multimillonario por su enorme facilidad para novelar y por su amplísima cultura, que te dejaba literalmente asombrado. Pero le pasaba lo que a Vázquez: debía a los sastres, a los hoteleros, a los amigos y al editor, que según él era siempre un taimado. Entregaba (y cobraba) originales de los que solo había escrito las dos primeras páginas, y cuando ya debía tanto que solo le faltaba ser buscado por el FBI, dictaba las novelas directamente al linotipista, a las cuatro de la madrugada, a pesar de lo cual el linotipista siempre acababa gritando: ¡Es una novela cojonuda!”

Peter Debry, por lo visto, genio y figura. Capaz de lo mejor y de lo peor. A priori, un entrañable gamberrete que con Fronteras del terror parece que estaba perpetrando una de esas travesuras.

Porque este bolsilibro, que además es el primero de los pocos que escribió de ciencia ficción, se me antoja un tanto errático. Comienza de manera excelente, presentando a Fryman Farland, su protagonista. Estamos ante un jugador profesional, un tahúr, capaz de desplumar a cualquier casino. Para darle un ingrediente de ciencia ficción, Farland cuenta con un débil poder psi, que le ayuda en su tarea.

Como decía, el arranque es prometedor. Nos sumerge en una trama en la que se verá forzado a colaborar con un tal Zask Metaurus, un fulano peligroso y envuelto en misterio. Juntos, lograrán hacerse con una gran cantidad de dinero en el planeta y se verán forzados a huir.

En los primeros compases, nos encontramos con un Debry más inspirado, alineado con su estilo habitual si habéis leído sus obras. De hecho, con solo unas cuantas modificaciones, podríamos estar ante el típico policiaco suyo. Cambia el nombre del planeta por una ciudad como, por ejemplo, Chicago; sustituye la nave que les espera para escapar tras el golpe por, digamos, una furgoneta; y con otros pequeños ajustes, fácilmente podría ser un bolsilibro de otro género en el que el autor se suele manejar de manera formidable.

Sin embargo, tras ese planteamiento inicial, la trama nos lleva con rapidez a Metaurus, el hostil planeta de origen de ese tal Zask. Aquí es donde la historia toma un giro erróneo. Parece que Debrigode no tiene muy claro qué está escribiendo ni hacia dónde se dirige. Añade al bolsilibro ciertos elementos de science fiction, pero da la impresión de no tener muy claro qué está construyendo. ¿Hay indicios de una love story con el encuentro con una bella joven en la nave que les llevará a Metaurus? ¿Destila un sabor a novela negra y de espías en el inicio con un dinero destinado a un propósito altruista? ¿O es una ciencia ficción más convencional con el aterrizaje en un planeta hostil que dificulta la convivencia de una colonia humana?

Ni siquiera la maestría de Debry logra enderezar este batiburrillo de ideas que se va diluyendo entre páginas, como se desvanecen los personajes y situaciones. El conflicto se nos presenta algo tardío ante la imposibilidad de hacer del planeta un lugar habitable, condenado a una guerra sin cuartel contra su propia fauna y flora autóctona. Fryman Farland, que sin mucha explicación se pone el traje de héroe salvador del desaguisado, tratará de conseguir algo que parece imposible y llevar la población de Metaurus a la concordia y a la paz en esas tierras inhóspitas.

El final tropieza con una resolución algo apresurada que resulta hasta simpática por su impostada ingenuidad, impropia de alguien como Debrigode. Tanto, que seguramente nos provocará una sonrisa.

Fronteras del terror es un bolsilibro de alguien tan capaz como era Debry, quien con casi toda seguridad se vio abocado a un inoportuno trabajo de encargo que realizaría a regañadientes y de forma inconstante y apresurada. Ni siquiera su probada maestría, que a veces parece surgir de manera casi involuntaria, logra que el conjunto sea medianamente decente.

Espero encontrar a este autor en otras fronteras que no sean las de la ciencia ficción. En esos otros territorios, sin duda, suele ser uno de los mejores.


Alfonso M. González

P.D. Y hablando de bolsilibros de ciencia ficción, si te ha gustado esta reseña, te invito a que leas algunos de las míos. Escribo bajo el seudónimo de Alan Dick, Jr. y tengo varias novelitas en mi colección SCI-FI que podrían interesarte. Puedes encontrarlas aquí.


1970, Bruguera. Colección La conquista del espacio nº 13. Ilustración de la cubierta: Miguel García